ORIENTACIÓN EDUCATIVA I
CUARTO DE BACHILLERATO
EL HOMBRE EN SU MEDIO
CUARTO DE BACHILLERATO
EL HOMBRE EN SU MEDIO
5. AFECTIVIDAD
(INTEGRACIÓN AFECTIVA)
Podemos decir de la existencia humana que es una apertura radical a lo real, al mundo cultural y social, a la naturaleza, a l@s otr@s con quienes de una manera u otra nos relacionamos “cara a cara”, humanamente nos reconocemos en el rostro ajeno. Esta “volcadura” hacia lo real, se lleva a cabo por la percepción, el conocimiento, la acción, la voluntad, pero también en base a los sentimientos, los deseos, la pasión, la sexualidad y el amor.
Experimentamos deseos, afectos y albergamos sentimientos respecto a una gran diversidad de realidades, –tales como sucesos que nos han pasado, expectativas futuras, imágenes, cosas, seres vivos, otras personas, etc.–, como una forma especial de “descubrirlas” y relacionarnos con ellas.
Así, pues, la actuación propiamente humana no es dirigida exclusivamente por la captación racional sino que involucra, y de manera muy profunda, la afectividad. Ahora bien, estos impulsos del sentimiento, muy ricos, variados y múltiples, nos mueven en direcciones diversas, y frecuentemente se contraponen entre sí o, más aún, lo que nos “jala” y “atrae” puede contraponerse a lo que racionalmente captamos como bueno y verdadero. El resultado es el conflicto anterior que tantas y tantas obras literarias han tomado como tema: el desgarramiento que puede llevarnos hasta la desesperación; que nos condena, en todo caso, a la intranquilidad y falta de “paz interior” que bloquean el acceso a la felicidad genuina.
Porque el humano anhela desesperadamente ser feliz; pero la felicidad ¿dónde se encuentra? No en lo fugaz, inmediato y transitorio, que pasa dejando una estela de amargura. ¿Y si la felicidad fuera más bien la consecuencia, la resonancia, de un ser que se empeña en perfeccionarse, en crecer?
Lo que es claro, ciertamente, es que el humano, ser complejo pero unitario, experimenta con fuerza el anhelo de integrar estos diversos impulsos de que hemos venido hablando, en una unidad armónica que promueva su desarrollo pleno. Sólo así la actuación humana cobra firmeza, consistencia y fuerza para alcanzar lo que el ser humano ha descubierto como su “ideal”, la meta que orienta su vida toda, esto es, lo que, en verdad, realmente quiere.
Y ¿qué es lo que queremos? Queremos lo que sentimos como carencia, lo que nos hace falta para “ser más”, “ser mejores” y realizar nuestras potencialidades al máximo. Pero es un hecho que no basta la comprensión teórica de verdades e ideales que se nos presentan, sino que necesitamos experimentar entusiasmo o pasión por ellas e involucrar nuestra afectividad en la orientación de vida que hemos elegido como la mejor para nosotros.
Sin embargo, dicha integración no es cosa fácil: desarrollar la afectividad de manera congruente con la inteligencia requiere de un arduo esfuerzo. El esfuerzo de reconocer y aceptar los sentimientos que, surgidos espontáneamente, se agitan en nuestro interior, ya sea para reforzarlos o desatenderlos conscientemente. El esfuerzo también de no dejarse arrastrar por lo que place de una manera inmediata, cuando se ha captado un valor superior que nos traza otra ruta de acción, esfuerzo requerido por la misma fragilidad de nuestra condición humana.
La “integración afectiva” que nos conduce a la paz interior conjuga, pues, la luz de la inteligencia con la fuerza del afecto, en la búsqueda de una plenitud que involucre todo nuestro ser. Porque todo o grande que hace el humano implica profundamente su inteligencia y su corazón. Por otra parte, si no promovemos esta integración afectiva, padecemos una debilidad interior que frustrará en buena medida nuestras capacidades, y con ello el ardiente anhelo de ser felices.
Los diversos objetos que nos impulsan en direcciones diferentes y conflictivas tienen cada uno su propio atractivo. El movernos afectivamente en sintonía con nuestra razón supone que captamos el atractivo propio de la verdad y el valor. Los antiguos llamaban belleza al esplendor de la verdad. Con esta expresión estaban indicando precisamente el atractivo que brota de la verdad: su capacidad de manifestarse con tal fuerza que mueve al ser íntegro del humano de manera que se entusiasme por ella.
Se puede discutir sin fin sobre la definición de belleza. Pero una cosa es cierta: los humanos nos movemos apasionadamente a amar lo que percibimos como bello. Dejarse, pues, penetrar y enamorar por la belleza de lo que verdaderamente vale la pena promoverá la integración de nuestros afectos en el afán de nuestra realización humana, en la búsqueda de aquello que captamos como más valioso que otros objetos que nos atraen pero no tienen la verdad ni el valor –ni consiguientemente la belleza– de aquello que corresponde auténticamente a la dignidad del humano.
