sábado, 22 de agosto de 2009

Sesión 11: Criticidad

ORIENTACIÓN EDUCATIVA I
CUARTO DE BACHILLERATO
PRIMER SEMESTRE

CRITICIDAD

Fenómeno muy propio y característico del ser humano es el preguntar. Desde que su inteligencia alcanza determinado grado de desarrollo, se desencadena una interminable sucesión de preguntas” ¿Qué es esto? ¿Y aquello? ¿Por qué esto no es así? ¿Por qué llueve? ¿Por qué las plantas son verdes? ¿Por qué brillan las manzanas? ¿Cómo funciona tal artefacto?...” Y el/la niñ@ vuelt@ adolescente, y luego adult@, no cesa de preguntar; sus preguntas siguen buscando, cada vez más, comprender la realidad a la cual se abren sus sentidos, su inteligencia, su voluntad, sus emociones, a la cual se dirige su acción: “¿qué es esta pasión que experimento ¿cómo puedo evitar dejarme dominar por ella? ¿Qué sentido tiene tal fórmula matemática? ¿Cómo funciona el sistema político mexicano? ¿Cómo puedo resolver este problema...”

Ahora bien, este voraz apetito por conocer llega a hacerse crucial cuando desemboca en el planteamiento de las preguntas fundamentales que ponen sobre el tapete lo que más nos importa, aquellas cuestiones de las cuales exigimos, e imperiosamente necesitamos, encontrar una respuesta: “¿es que en la muerte se acaba todo? ¿Puedo esperar una vida después de la muerte? ¿Qué valor tiene mi existencia? ¿Quién verdaderamente yo? ¿Qué estoy haciendo aquí en el mundo? ¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Qué sentido tiene el dolor, el sufrimiento? ¿es que acaso existe un Dios?...” Estas preguntas fundamentales inquieren por el sentido último de la existencia humana, precisamente en tanto que humana, así como por el sentido y valor que, en definitiva, tiene el mundo y la realidad entera.

El preguntar aparece, entonces, como el disparador que pone en marcha el proceso del conocimiento humano. Los humanos inevitablemente inquirimos, cuestionamos, aquello de lo que no tenemos un saber completo, suficiente y satisfactorio.

Pero nuestro conocimiento es siempre de alcance limitado, se queda perpetuamente coro ante la inagotable riqueza de lo real, que, con todo, anhelamos conocer perfecta, exhaustiva, absolutamente. El dinamismo que nos impele a conocer la realidad, a buscar la verdad, se revela, pues, como insaciable, puesto que no nos bastan los conocimientos particulares, limitados.

Buscamos siempre rebasarlos, “romper los límites”, una y otra vez, porque estamos volcados, como una tensión que apunta a ella sin agotarla nunca, a la totalidad de lo real. Nuestro conocimiento enraiza, de esta manera, en la apertura al horizonte en el que se sitúa todo lo que, de una u otra forma, “es” (como realidad extramental, como “cosa”, como imagen o pensamiento, como suposición, como entidad matemática, como pasado, como expectativa de porvenir, etc.); apertura, pues, a lo que aún no conocemos, pero queremos conocer, porque podemos preguntar por ello.

De aquí la tensión entre lo que ignoramos y lo que sabemos, se encuentre en la entraña misma de todo proceso de conocimiento.

Saber plantear preguntas es saber problematizar, es decir, no contentarse con las respuestas que no han sido transmitidas, no contentarse con las respuestas que nos han sido transmitidas (aquí entran las tradiciones y las “creencias”, esto es, los conocimientos que hemos adquirido por otros, no por propia experiencia), como si no pudiera haber nada más. Examinar dichas respuestas, compararlas con otras (u otros supuestos), verificar la credibilidad de las fuentes de donde proviene nuestra información, confrontarlas con los hechos o, al menos, con lo que podemos captar en un momento dado como “hechos”, todo ello significa mantener una actitud crítica, sin la cual no habría avance posible en el conocimiento, ni se podría detectar –y superar– el error, siempre al acecho.

Pensar con sentido crítico es no dejarse arrastrar por lo que se nos ha dicho, solamente porque ha sido dicho, sin mayor trámite ni examen. Significa, más bien, saber pensar con el criterio que busca discernir cuándo se dan las condiciones para el conocimiento verdadero, y cuándo no.

Porque nuestro conocimiento aspira a la verdad, no se contenta con meras apariencias; nuestros juicios aspiran a hacer afirmaciones que correspondan a lo que la realidad es, por muy imperfecto, parcial y limitado que pueda ser nuestro conocimiento de esta realidad. Pero, además, para el pensamiento crítico se trata de saber dar los qués de las afirmaciones (o negaciones) que hacemos, por lo menos de las que nos resultan fundamentales.

Sin este continuo someter a examen lo que conocemos y afirmamos, detectar sus límites y aspirar a rebasarlos, el dinamismo de nuestro conocer no se encamina por la vía de su plena realización, sino que se queda cojo, e inevitablemente se empobrece, o, por mejor decir, nos empobrece.